Después de pasar por distintas vicisitudes en la
campaña italiana, D. Álvaro, herido todavía; se exalta al escuchar lo que le
cuenta Don Carlos y este se sorprende ante tales exclamaciones. Cabe destacar
que su amistad se torna tan fuerte que D. Carlos llama a todos los
especialistas posibles para que su amigo (D. Álvaro) se recupere:
¿Qué escucho? ¡Qué? ¡Santo cielo!
¡Ah!... no, no de Calatrava;
jamás, jamás... ¡Dios eterno!
El nombre de Calatrava
¿qué tendrá?, ¿qué tendrá... tiemblo,
de terrible a sus oídos?...
En el momento en que D. Álvaro piensa que su muerte
es inminente, le dice a D. Carlos que coja una ''llavecita'', la cual abriría
la verdadera realidad escondida- la identidad de D. Álvaro- pero este, sin
embargo, le suplica que la eche al fuego sin abrirla:
Dadme
el postrimer abrazo,
y adiós, adiós.
y adiós, adiós.
Después, llorando desconsoladamente, D.
Carlos, meditabundo, intenta dar una explicación coherente ante el susto de D. Álvaro
al pronunciar la palabra CALATRAVA y llega a la suposición de que quizás él es
el cobarde que mató a su progenitor:
¿Y de
Calatrava el nombre
por qué así le horrorizó
cuando pronunciarlo oyó?...
¿Qué hallará en él que le asombre?
¡Sabrá que está deshonrado!...
Será un hidalgo andaluz...
¡Cielos!...¡Qué rayo de luz
sobre mí habéis derramado
en este momento!...Sí.
¿Podrá ser éste el traidor,
de mi sangre deshonor,
el que a buscar vine aquí.
por qué así le horrorizó
cuando pronunciarlo oyó?...
¿Qué hallará en él que le asombre?
¡Sabrá que está deshonrado!...
Será un hidalgo andaluz...
¡Cielos!...¡Qué rayo de luz
sobre mí habéis derramado
en este momento!...Sí.
¿Podrá ser éste el traidor,
de mi sangre deshonor,
el que a buscar vine aquí.
Tras sus dubitaciones, y siendo consciente de
que rompería un pacto de HONOR entre caballeros- uno de los temas más
importantes de la obra- quiere abrir la caja, que él considera que pudiera ser
comparada con la de PANDORA (otra referencia a aquella caja de la mitología que
contenía todos los males del mundo). No puede más y la abre, todos sus miedos
se hacen realidad al descubrir que él es aquel indiano al que persigue. Su
arrebato inicial hace que quiera asesinarle en ese momento, pero claudica y
decide esperar a que este mejore para poder, así, iniciar su vendetta:
CIRUJANO
|
Albricias pediros quiero;
ya le
he sacado la bala,
(Se la enseña.) y no es la herida tan mala cual me pareció primero. |
D.
CARLOS
|
(Le
abraza fuera de sí.)
¿De
veras?... Feliz me hacéis:
por ver bueno al capitán, tengo, amigo, más afán del que imaginar podéis. |
Las falsas apariencias y la confianza ciega,
representan un papel grandilocuente para ambos – D. Álvaro como un D. Fadrique
justo y generoso y D. Carlos como un hombre de bien, temeroso de Dios- hacen
enarbolar un mundo de engaños para salir airosos de sus propias batallas
interiores. El honor y el compromiso familiar hacen que cada uno use su propia
máscara sentimental – muy del gusto romántico- para conseguir lo que se
proponen.
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