lunes, 12 de mayo de 2014

¿Quién quiere vivir para siempre cuándo el amor debe morir? Monólogo de D.Álvaro de la III Jornada



Este lóbrego monólogo está ambientado en una selva oscura llena de melancolía- el paisaje se mimetiza con los sentimientos de Don Álvaro-mezclando dos elementos propios del movimiento: lo misterioso y lo exótico.

El tedio vital se extiende por sus venas y como ocurre con Sísifo, ''la carga'' es su propia vida que se ha tornado terrible, pues él se piensa condenado por su camino fatal -futuro, presente y pasado- sin poder escapar del mismo. Podemos verlo en el siguiente fragmento:

Reflexionar en soledad. Cuadro de C.D. Friedrich
¡Qué carga tan insufrible      
es el ambiente vital    
para el mezquino mortal       
que nace en signo terrible!    
¡Qué eternidad tan horrible  
la breve vida! Este mundo,    
¡qué calabozo profundo        
para el hombre desdichado   
a quien mira el cielo airado  
con su ceño furibundo!          
Parece, sí, que a medida       
que es más dura y más amarga,       
más extiende, más alarga
el destino nuestra vida.                                                               
                                                                                                                   

Don Álvaro sigue reflexionando sobre el mal vivir y su papel de víctima/protagonista se va acentuando. La felicidad es breve, pero esta ha de beberse rápido ya que esta se va como vino (rápidamente). Aún no ha aprendido que la dicha no es una búsqueda, sino una vía -algo muy propio del Romanticismo-que él no sabe desentrañar:         
                                                                                                                          
Si nos está concedida
sólo para padecer,     
y debe muy breve ser 
la del feliz, como en pena      
de que su objeto no llena,      
¡terrible cosa es nacer!         
Al que tranquilo, gozoso,      
vive entre aplausos y honores,           
y de inocentes amores
apura el cáliz sabroso;          
cuando es más fuerte y brioso,          
la muerte sus dichas huella,  
sus venturas atropella;          
y yo, que infelice soy, 
yo, que buscándola voy,        
no pudo encontrar con ella.

Hace una retrospectiva de su vida en las américas y enaltece a sus padres a los que debe honrar por derecho propio y darles una posición económica/social superior a la que están:
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       Entre bárbaros crecí,  
y en la edad de la razón,       
a cumplir la obligación         
que un hijo tiene, acudí;        
mi nombre ocultando, fui      
(que es un crimen) a salvar   
la vida, y así pagar    
a los que a mí me la dieron,  
que un trono soñando vieron 
y un cadalso al despertar.

El sino (en todo su egoísmo) solo le dio un momento de felicidad, llamado Leonor, pero que se  escapó de entre sus dedos cuando el arma de D. Álvaro - de forma accidental-  fue a parar al cuerpo  del progenitor de su dulce amada. De este modo se resquebrajó todo lo pretendido:

Entonces, risueño un día,      
uno solo, nada más,  
me dio el destino, quizás       
con la intención más impía.  
Así en la cárcel sombría        
mete una luz el sayón,           
con la tirana intención          
de que un punto el preso vea 
el horror que le rodea
en su espantosa mansión.      

Piensa que su fama no tiene un sentido objetivo y que lo que a él verdaderamente le ocurre es que es ‘’fiero’’ porque tiene miedo a la propia vida. Los elogios son solo espejismos de una realidad que esconde su pobre temeridad.
El final del soliloquio hace referencia al suicidio, esa ‘’fuerza del sino’’ imperturbable y trágico que tiene que venir:

Werther en estado pre-suicidio
¿Qué me importa, por ventura,        
que triunfe Carlos o no?       
¿Qué tengo de Italia en pro? 
¿Qué tengo? ¡Terrible suerte!           
Que en ella reina la muerte,  
y a la muerte busco yo.         
¡Cuánto, oh Dios, cuánto se engaña
el que elogia mi ardor ciego, 
viéndome siempre en el fuego           
de esta extranjera campaña! 
Llámanme la prez de España,           
y no saben que mi ardor        
sólo es falta de valor, 
pues busco ansioso el morir  
por no osar el resistir 
de los astros el furor.  
Si el mundo colma de honores          
al que mata a su enemigo,    
el que lo lleva consigo,          
¿por qué no puede...?

Los suicidios son recurrentes en la literatura y la mitología. Recordemos a aquella Antígona abandonada y ultrajada, a ese joven Werther defraudado o a una Ana Karenina enajenada y confundida.

Las obras dramáticas griegas tenían como finalidad advertir a los griegos de lo que eran capaces de hacer los dioses si actuaban de manera incorrecta- en el caso de D.Álvaro cuando oculta su nombre o mata accidentalmente al padre de Leonor- los dramaturgos griegos usan la "hybris" como pretexto en la mayoría de sus obras. El  protagonista actuara únicamente por su beneficio,  menospreciando a los dioses –en este caso el destino actúa como un dios impiadoso-, con consecuencias terribles para el protagonista. No queriendo enfrentarse a su destino debido a las consecuencias de sus acciones se suicidan, ya que sin duda el suicidio es paliar el sufrimiento que conllevaría el castigo que los dioses de por sí le tienen impuesto.

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